Desde que llegaste, supe que serías un amigo especial. Caminabas chuequito al principio, te costaba equilibrarte, pero de a poco fuiste tomando confianza en tu nuevo ambiente. Yo te observaba y te invitaba a jugar, pero tú eras algo tímido y te alejabas de mis garritas que te mostraba a través de la reja. Con Pillín era otro cuento, él te cuidaba y te miraba todo el tiempo, como un padre de verdad. Aunque también escondía un poco de celos.
Nunca sabremos si fue la comida, el frío o simplemente tu escasa edad, lo que te llevó con Dios, pero sí sabemos que ahora estas mejor.
¡Hasta siempre, Max!
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